Una ventana es una frontera móvil y permeable, un espacio liminal perfecto para la contemplación. Cada uno de esos rectángulos acristalados proporciona la salida del propio mundo y la entrada a uno distinto, desconocido, aunque compartido. Por esta razón mirar por la ventana nos deja en una posición extraña; ni dentro ni fuera, sino entre. Nuestro cuerpo está en una parte, pero nuestra mirada y atención se dirige a otra como un pájaro que echa a volar. La gente pasa de largo, las nubes avanzan empujadas por la fuerza de las horas y el color del atardecer va ganando espacio… Ver pasar el tiempo desde la ventana es como ir al cine a ver una película sin guión, llena de momentos y gestos cotidianos.
Las pinturas cerámicas de Kevin McNamee-Tweed (1984 Stanford, California), con sus formas únicas de contornos irregulares, parecen las coloridas escenas de dicha película. Fruto de un proceso por capas que puede ser entendido como una definición expandida del dibujo, las obras traducen el interés del artista por la larga tradición y las posibilidades expresivas de la cerámica. Contemplarlas produce la misma sensación que la de asomarse a una habitación o a un paisaje por primera vez. A veces nos permiten mirar hacia el exterior y otras, nos ofrecen imágenes más íntimas de un interior conocido en profundidad únicamente por el artista. Sólo pasando grandes cantidades de tiempo en un lugar es posible familiarizarse con él hasta el punto de comprender su atmósfera,predecir el movimiento de la luz en un determinado momento del día, mapear las grietas de las paredes y las siluetas del paisaje. Pero este tiempo lento de la presencia y la contemplación, ¿no se nos escapa entre los dedos constantemente?, ¿no nos empuja el ritmo de los acontecimientos a nuestro alrededor más bien a la fugacidad y a la velocidad?
La exposición “Time in the Time of Time”, que es también el primer proyecto de Kevin McNamee- Tweed en L21 Gallery, reflexiona sobre estas cuestiones a la luz de experiencias recientes que parecen ser características de nuestro contexto pandémico. En este sentido, reúne una serie de nuevos dibujos y pinturas cerámicas que son, en palabras del artista, “expresiones de cómo se ha sentido este último año en el que ha sido más difícil relacionarse con el tiempo.”1 Todo un universo simbólico traduce esta experiencia y en él abundan las representaciones de casas e interiores, ventanas y espacios liminales, caminos que conducen a puntos de fuga o, tal vez, lugares a los que fugarse…
En “Late Light (pouring)” la luna es como un agujero abierto en la noche y parece volcar su contenido mágico en el paisaje. Pero es otra esfera la que nos habla del constante fluir del tiempo: la del reloj, al que Julio Cortázar describió una vez como un pequeño infierno florido, una cadena de rosas o un calabozo de aire.2 En algunos casos, como en “Theatre (Clock / Wheels)” parece que los relojes confieren a estos trabajos del artista una especie de duración interna, como si las obras pudieran medir el tiempo que las contemplamos en la sala de exposiciones. También nos conducen a pensar en la arbitrariedad del tiempo:
“Los relojes marcan horas incoherentes y muchos no tienen manecillas. Una métrica existencial arbitraria que se hace aún más arbitraria. Ofrecen poca relación con la realidad, con las escenas representadas, pero están presentes. Quizás hay libertad en los relojes ilógicos.”3
Igual que hay libertad en practicar usos estéticos del tiempo que nos alejan del ritmo productivo. Quizá estos trabajos de Kevin McNamee-Tweed son también una especie de invitación hacia un tiempo más lento que nos permite estar más presentes, un antídoto contra la velocidad. Después de todo, en contadas ocasiones, parece posible apagar el infierno florido al que Cortázar se refería.
1 Kevin McNamee-Tweed. Entrevista no publicada con el artista. Abril 2021.
2 Cortázar, Julio. “Historias de cronopios y de famas”. Buenos Aires: Alfaguara, 1995. Pág. 12.
3 Kevin McNamee-Tweed. Entrevista no publicada con el artista. Abril 2021.
Esmeralda Gómez Galera