“Cada límite es tanto un comienzo como un final”

            – George Eliot

Cada día tenemos la posibilidad de sentirnos conmovidos, de reconocer las variaciones en nuestras emociones. Olvidamos esto a menudo en nuestro día a día, pero puede que recordéis presenciar una puesta de sol, o leer una frase de un libro que nunca olvidaréis, o a lo mejor escuchar por primera vez una canción que repentinamente os sacude. Son momentos emotivos, de una aparente simplicidad. Y son pequeños espacios de tiempo en los que uno logra parar, conectar, olvidarse del ruido.

Las obras de Matthew Feyld tienen ese don, nos ayudan a centrarnos un momento para mirar, más que para ver, y de nosotros depende que nos permitamos hacer una pausa y abrir un diálogo con ellas. Aunque a primera vista las pinturas monocromáticas parecen sencillas, como hechas sin esfuerzo, si nos acercamos empezamos a observar lo que hay detrás de cada una, las decenas de capas de pintura que se esconden para poder lograr el color exacto plasmado en el lienzo. Para Feyld, es esencial que haya un equilibrio entre el color y la estructura de la superficie, y eso requiere una gran labor.

Si bien el artista no enmarca sus obras dentro del minimalismo, muchas de las cualidades que se asocian a ese movimiento que emergió a finales de los años 50 las encontramos en las pinturas de Feyld: la belleza, la armonía, el orden y la simplicidad. Y hay que añadir su forma circular, que nos remite además a un sentido de unidad, elegancia y equilibrio.

Según relata la escritora Muriel Barbery en su libro “Una Rosa Sola”, el poeta japonés Kobayashi Issa visitó un día un templo budista de Kioto. Mientras un joven monje elogiaba sin cesar la belleza de un círculo puro hecho con piedras y arena, el poeta se quedó callado. Después de un momento, Kobayashi señaló más allá de la arena y las piedras el esplendor de las azaleas y le dijo: “Si sales del círculo, encuentras las flores”.[1]

Al acercarnos a las obras de Feyld, si nos salimos un poco del círculo y observamos los laterales, nos encontramos con la unión de la pintura con el lienzo. Aquí es donde podemos intuir las capas y colores que las conforman y desde aquí, podemos incluso tomar distancia y apreciar el círculo como un punto en medio de un espacio mucho más grande. Este juego de distancias y observación forman una parte intrínseca de las obras, y de hecho para el artista es importante que el espectador tome consciencia de su propia presencia frente a las pinturas.  

Feyld quiere dejar la interpretación de sus obras lo más abierta posible, por eso esta exposición se titula “Three Paintings” y por eso los lienzos no tienen título. Hoy que estamos inmersos en una constante sobreinformación y en una multitud de estímulos visuales digitales y multicolores, el encuentro con la calma que emana de estas obras puede suponer una experiencia sencillamente emotiva, ni más ni menos.

[1] Barbery, Muriel. (2020). Une Rose Seule. Actes Sud.