Richard Roth (Brooklyn, New York, 1946) conoce bien la pintura. Estudió arte en Cooper Union y en Tyler School of Art y en 1969 empieza a exponer, entre otros, en el mítico espacio de Leo Castelli en la parte alta de la ciudad, la Castelli Warehouse. A principios de los noventa, Roth sintió que la pintura no llenaba sus expectativas y decide alejarse de este mundo. Su práctica se transforma hacia la creación de colecciones de objetos y materiales de la cultura contemporánea. Tras un periodo en el que diseña mobiliario, como mesas basadas en estructuras coloristas de una simplicidad casi minimal, fue alentando poco a poco su necesidad de retomar la pintura. Un encuentro causal, una pequeña caja para dulces japonesa fue el detonante de la creación de las obras que hoy podemos admirar en esta exposición.
Roth vuelve así a la pintura en 2005 con un interés renovado y revitalizado, alimentado por el conceptualismo e influenciado por formas de hacer posmodernas. Sintió que era como regresar a casa. Su práctica pictórica se fundamenta en el hallazgo de una superficie inalterable en su forma, espacio y disposición. Sobre la base de una serie de limitaciones autoimpuestas, aborda todo tipo de motivos en clave geométrica. Sus obras consisten en pequeñas cajas de contrachapado de abedul, siempre con la misma medida – 12 x 8 x 4 pulgadas (aprox. 30 x 20 x 10 cm) – sobre las que Roth explora el color y las configuraciones geométricas bidimensionales en relación con una superficie tridimensional.
Lejos de considerarse puramente formalista, Roth es un artista posmoderno en el que confluyen múltiples referencias extraídas de elementos de la naturaleza, como conchas de moluscos, alas de mariposas, pasando por el paisaje, pero también los motivos de las alfombras navajo, ancestrales quilts americanos, máscaras del Día de los Muertos, señuelos de pájaros, muebles Shaker o simplemente las formas en espiral del regaliz…Cualquier elemento puede desatar en él un motivo a explorar. Roth recuerda que cuando era niño, su padre (originalmente pintor de letreros, y posteriormente constructor y gran admirador del arte) le llevaba a los edificios en construcción en los que trabajaba para que se fijase en las cualidades de las estructuras formales en curso.
Su propia colección, centrada en elementos de cultura visual, empieza con patrones y formas cotidianas creadas por diseñadores gráficos (formularios de hospital, certificados de nacimiento, formularios escolares…) y relaciona su investigación geométrica con un interés primigenio por la forma en su sentido más amplio. No se trata de una forma desposeída de contenido sino de una manera de encapsular el mundo a su alrededor. En un sentido complementario, el conocido neurólogo y psiquiatra Oliver Sacks expone en su libro Alucinaciones como ciertos patrones formales, basados en estructuras geométricas, y que pueden aparecer ante nosotros fruto de deformaciones de la experiencia visual, se asemejan a patrones desarrollados prácticamente en todas las culturas desde hace miles de años: desde el arte islámico, a la arquitectura zapoteca o en los artistas aborígenes de Australia. Sacks lo vincula a una necesidad de exteriorizar y convertir en arte la experiencia interna de la propia estructura de las conexiones cerebrales, neuronales. “Esos arabescos y hexágonos que hay en nuestra mente, incorporados a la organización de nuestro cerebro, ¿son nuestras primeras intuiciones de la belleza formal?”
Desde el infinito de las posibilidades, volvemos de nuevo a los pequeños y coloridos cubos que constituyen la obra de Roth. Él mismo confiesa que al inicio de su decisión de condicionar su práctica a un mismo lenguaje y superficie, pensó que iba a limitar su resultado y que en unos cuantos ejercicios iba a agotar las posibilidades. Al contrario, 15 años después de esa decisión primigenia, encuentra que favoreció una fuente inagotable de exploración. Roth habla con pasión del entusiasmo que le produce cada una de sus nuevas creaciones, como le absorbe y le lleva a otro espacio alejado de lo cotidiano. Su práctica se da de una forma mucho más intuitiva de lo que pudiera parecer. Todo esto me recuerda la definición primigenia que sobre el juego hizo Johan Huizinga en su ensayo Homo Ludens, como una acción libre ejecutada y sentida como situada fuera de la vida corriente y que se ejecuta en un determinado espacio, sometiéndose a unas reglas que dan origen a asociaciones que propenden a rodearse de misterio o a disfrazarse para destacarse del mundo habitual.
Y es así como debemos ver también su obra, como una invitación a dejarse llevar por las peripecias visuales, efectos ópticos y enigmas que producen sus formas, a descubrir lecturas y relaciones entre las distintas obras situadas linealmente, a construir posibilidades, mensajes encubiertos y a intentar descifrar significados ocultos tras sus enigmáticos títulos. Para Roth, el juego de lo bidimensional y lo tridimensional es el motor, el caballo que tira del carro. Y la interacción, ¡la clave!
Beatriz Escudero