Las exploraciones de los pintores italianos, españoles y holandeses del Siglo de Oro y su especial atención a la creación de efectos de luz dramáticos destinados a intensificar las escenas bíblicas, históricas y culturales condujeron al desarrollo del tenebrismo y el claroscuro, y permitieron a estos artistas aumentar la sensación de tridimensionalidad. Las obras de arte creadas en los siglos XVI y XVII no sólo marcaron el camino para el realismo y el impresionismo del siglo XIX, sino que también impregnaron diversas formas de las artes visuales del siglo XX y de las actuales, especialmente el cine, pintura fotográfica y el diseño gráfico.La importancia de esas exploraciones es evidente incluso en el actual software de modelado 3D y en la industria de los videojuegos, donde ese enfoque técnico sigue siendo el núcleo de la representación de las perspectivas.
Es en este diálogo entre lo pictórico y lo digital, lo tradicional y lo nuevo, de donde ha ido aflorando la práctica artística de Jordi Ribes. La curiosidad por recrear el resplandor radiante de la pantalla, la impecable suavidad de los degradados y la perfección general de las imágenes generadas por ordenador, le condujo al desarrollo fortuito de su inusual técnica. “Me gusta esta paradoja”, explica el artista sobre la situación de necesidad constructiva en la que se encuentra. “Por un lado, mi obra parece una imagen sacada de un ordenador, con un acabado frío y neutro que aparentemente no aprovecha las propiedades del óleo, pero, por otro lado, es una pintura que sólo puede hacerse con la técnica del óleo”. Renunciando a la querida y generalmente valorada maleabilidad y materialidad de la pintura, el artista barcelonés aplica una finísima capa de pigmentos cuidadosamente mezclados con los que consigue matices variados que parecen de otro mundo. Esta actitud persistente hacia una estética fría, pulida y artificial se debe a la cultura artística y popular de los años 90, con la que Ribes creció.
Además del interés por la representación de la luz, la influencia de la tradición pictórica clásica se extiende a sus composiciones equilibradas, a las narraciones y a la idea general de recrear el mundo, real o imaginario, dentro del ámbito pictórico. Además de su aprecio por las obras de Artschwager, Schütte, Gober, Sarmento, Rauch, Honert, Wall, Richter o Hockney, las pinturas revelan su afición al cine de género, especialmente al fantástico y de ciencia ficción, así como a los cómics de la infancia o a los juguetes Playmobil. Esta mezcla de influencias aparentemente incompatibles da como resultado la creación de un escenario particular que es, en realidad, un universo estilizado de evasión que impregnó la infancia de Ribes. En combinación con el ya mencionado énfasis en la voluminosidad de sus protagonistas y su entorno, las imágenes pueden percibirse fácilmente como instalaciones hechas con lo que parecen ser muñecos de plástico y escenas construidas que los acompañan.
Ver y manipular sus obras en un ordenador inspiró cada vez más a Ribes a intentar replicar en el lienzo la brillante gama cromática que sugieren los colores RGB y los degradados, así como a fabricar los escenarios más exagerados que evocan las fantasías infantiles. Tales escenas proceden a activar un juego de contrastes entre lo ingenuo y lo perverso, lo familiar y lo desconocido, lo real y lo ficticio, lo privado y lo público. Al reducir el cabello, las vestimentas, la flora y otros elementos a formas suaves, la imaginería se vuelve atemporal y universal, a la vez que ofrece innumerables formas de interpretación. “Me encanta la ambigüedad, la multiplicidad de lecturas”, afirma el artista sobre las razones para retratar la imaginería de esa manera. “Los cuadros pueden transmitir tensión ya sea a través de los personajes, el paisaje, los colores, la ausencia de lo que se ve”.
Y por último, al reutilizar la estética familiar de las imágenes generadas por ordenador, Ribes pone al espectador en el papel de un conejo ante los faros de un coche. Aprovechando su gran capacidad de seducción, sus imágenes cautivadoras y resplandecientes atraen la atención del espectador tanto al examinar los aspectos técnicos como los contextuales de la obra. Con composiciones bastante minimalistas en las que la soledad de los protagonistas y la incertidumbre de su entorno son el motor de la imaginación, Ribes evoca el imaginario colectivo que luego procede a realizar las conexiones y referencias subjetivas. Al repetir los mismos personajes o escenarios, cada imagen se convierte en un fragmento de una historia más amplia, desconocida y aún inacabada. Y para sumergirse plenamente en esta narración, el artista invita a los visitantes a dejar sus pensamientos fuera para adentrarse en los suyos. O, simbólicamente, a quitarse los calcetines…