En 1927 la Asociación Germana de Productores de Seda encarga a la arquitecta modernista Lilly Reich y a su compañero Ludwig Mies van der Rohe la creación de un stand que representaría a la industria textil alemana en el marco de la feria, Die Mode der Dame –Moda de Mujer–, que iba a tener lugar ese mismo año en Berlín. El proyecto toma por título Café Samt & Seide –Café Terciopelo y Seda– y, lejos de conformarse con la cuadratura regular del espacio arquetípico de feria, la arquitecta alemana decide erigir muros sinuosos, construidos a partir de coloridas telas drapeadas, de terciopelo y seda. La inspiración de Reich, construir un espacio arquitectónico a partir de una pieza de vestir; su finalidad, demostrar cómo la arquitectura envuelve un cuerpo de la misma manera que lo hace un vestido. Las fotografías en blanco y negro del Café Samt & Seide muestran el gran hall de la Funkturm Halle seccionado por grandes cortinajes que, insertados en estructuras de metal de formas rectas y curvas, flotan en el espacio a distintas alturas. El único mobiliario que logramos advertir, la silla Brno, un clásico de los años ’30, diseño de ambos.
En 2018 Erika Hock toma el Café Samt & Seide de Lilly Reich y Mies van del Rohe como punto de partida para su “Salon Tactile”. En este nuevo cuerpo de obra la artista ensarta dos vertientes, una eminentemente espacial, y otra táctil, un cruce que continúa desarrollando en “Body Trouble”.
En esta exposición, como en el Café, los elementos –terciopelos y sedas– se convierten en aquello que define el espacio, generando un cruce de funciones o solape de roles en ; éste ya no sólo es el fin, sino también el camino. Siguiendo esta idea de utilizar los elementos a contemplar como figuras divisorias o, en su fórmula más positiva, constructoras de espacio, Hock dispone tres grandes cortinajes que serpentean en el centro de la sala. Las sedas y terciopelos son sustituidas por filas de hilos que, siguiendo una técnica sutilísima, han sido coloreados individualmente para conseguir el diseño pensado por la artista. Y es que en Erika Hock, igual que en época de la Bauhaus, el color también construye. Inspirándose en antecedentes pertenecientes a esta escuela, como Bruno Taut o Le Corbusier, Erika elige gradaciones de azules, blancos, verdes, rosas y granates para generar grandes masas de color que ordenan y disponen el espacio. Precisamente fue Le Corbusier quien en su Policromía Arquitectónica citó tres puntos básicos en cuanto a la experiencia del color: 1. Los colores modifican el espacio; 2. Los colores clasifican a los objetos; 3. Los colores nos provocan una reacción fisiológica al percibirlos con nuestra sensibilidad. En las cortinas – o cascadas de color– de Erika Hock se experimentan cada uno de estos principios.
A las pautas dadas por Reich, van der Rohe y Le Corbusier sobre la experimentación y ordenación del espacio, Hock añade un componente más, una posibilidad más. Sus cortinas, compuestas a partir de centenares de flecos multicolores, permiten la movilidad no sólo alrededor, sino también “a través de”. Así, el público se encuentra ante una serie de decisiones (y posibilidades) poco habituales en una visita a una sala expositiva ¿contemplar la obra, recorrerla, o pasar a través de ella?
Es aquí, en el cruce, cuando nos encontramos con las cualidades táctiles del trabajo de la artista. Activando este camino “obra a través”, Erika nos habilita la opción de conocer la pieza por medio de nuestro cuerpo, creando una tensión entre éste y la obra. En esta nueva dimensión, adquirimos una consciencia física de las propiedades de la obra, como su peso o su textura, su color o movimiento, pasando de una experiencia visual a una física, y visibilizando elementos ocultos.
Volviendo a la idea de cruce damos con la esencia del trabajo de Erika Hock: una compleja intersección de percepciones; un punto de encuentro sensorial entre arquitectura y objeto; diseño y obra de arte; movimiento y contemplación; mente y cuerpo.